jueves, 26 de noviembre de 2009



Simultaneamente pensaban en las mismas cosas. Divididos por una pared de ladrillos color cobre y cuadros imprecisamente colgados.

Se sentian tan lejanos y con tan pocas certezas. Vagando en esa niebla espesa que se forma cuando la mente se cansa, se quiebra y desangra.


No podía perdonar, él se había equivocado y no podía ser tan débil para entenderlo ¿No le habían enseñado nada los años de experiencia?

Sí, tenía que quedarse en la cama y olvidar que del otro lado de la casa, el alma quebrada de su primer amor se desvanecía sobre los surcos del sofá.


Coincidian en pocas cosas, quizas aquellas que eran irrelevantes. Vivían gritando y discutiendo, anegados en esa presunción que afirma que los opuestos se atraen, confiando en las leyes de la naturaleza. Él llegaba tarde, ella se iba temprano. Inconcientemente buscaban las formas de evitarse, de quedar inmersos en el mundo exterior, no dentro de esa casa; no dentro de esa cárcel.


Los lugares comunes, las preguntas de cortesía, el interés por saber no era algo que se pudiera percibir a la hora de cenar. La televisión era un gran bufón, la excusa perfecta para distraerse y reirse al unísono... aunque entre ellos no se oyeran las risas.


Tatiana Sancineto



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